lunes, 10 de noviembre de 2014

Los tres rufianes apuntaban amenazantes al joven con sus filos, presionándole cada vez más contra el pozo. “Merecerías un trato igualitario en caso de ser de la misma condición que nosotros” le increpó el más alto de los asaltantes. “¿Que me diferencia de ti? Si me quitáis la vida se os dará muerte por justicia de sharia y será vuestro propio abuso que recae sobre vosotros” Esta amenaza acerco los filos a las carnes del joven, que se esforzaba con mantener el equilibrio entre los dos peligros. “Si fueras uno de nosotros habrías perdido el sentido de la justicia tras noches sin pan y caminatas sin gota de agua, solo entre nosotros entendemos la verdadera justicia”. Al ver claras las intenciones de los agresores el joven trato de sortear el pozo saltándolo por encima, a la par que uno de los agresores agarrándole del thawb le hace perder el equilibrio. Los tres pares de ojos vieron como el joven se precipitaba al pozo y volvieron al pueblo decepcionados por no haber sacado nada  antes de deshacerse de él.

Hammad, sorprendido de no haber muerto en su estrepitosa caída, se pasó varios minutos retorciéndose de dolor sobre suelo solido hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y los dolores fueron atenuándose. Al contrario que sus suposiciones el hoyo donde había caído no tenía la estructura de un pozo de agua, más bien la de una mina abandonada excavada en túneles laberinticos.  No sin un terrible esfuerzo y punzantes dolores por distintas extremidades  se decidió a buscar una salida. Empezó a arrastrarse por las paredes para evitar perderse en la oscuridad pensando si realmente habría una salida de aquel lugar o si habría sido demolida al abandonarlo y la única vía era un pequeño hoyo a las afueras de un remoto pueblo. Esto le recordó que posiblemente nadie vendría en su ayuda.  Su familia vivía en la ciudad alejada de aquel lugar y jamás se les ocurriría buscarle por estos parajes. La desesperación se apoderó de él y se tiró al suelo rezando a Al·là entre sollozos. Rato más tarde se empezaron a oír ligeros sonidos por uno de los conductos, y supuso que debía ser algún animal atrapado ansioso por escapar del tumulto como él. En lugar hacer su miseria menos solitaria la idea de otro ser por aquellos oscuros pasajes le aterró. Dudó si gritar para atraer la atención de lo que podría ser otra persona o si ahuyentaría un posible ultimo manjar. Ante la indecisión prefirió seguir arrastrándose lastimero por las paredes de arena sólida.

Tras una sensación de deambular sin rumbo durante horas su torso se topó con algo parecido a una roca que resultó ser un portón grabado con detalles solemnes. Volvió a sentir la esperanza en su pecho mientras trataba desesperadamente de abrirlo a pesar de su peso y desgaste. Se esforzó todo lo que sus malheridos brazos le permitían hasta empezar a mover la obertura. Pero sintió sus esfuerzos en vano al no encontrar nada más que oscuridad absoluta dentro de la cámara que había descubierto.  Agotado se arrastró hasta dentro con la esperanza de dar con lo que el lugar escondía pero no fue capaz de encontrar nada más que las paredes y unas rocas dejadas.  La esperanza se desvaneció y se limitó a lanzarse sobre la tierra a llorar pensando sobre sus riquezas, su familia y la injusticia de haber tenido que ser él quien sufriera este destino, que era un respetado mercader, por culpa de unos míseros mendigos maleantes. En ese momento se oyó una voz sobre la oscuridad. “¿Cuál es tu propósito aquí?”. Era una voz suave y lúgubre que aterró a Hammad. Refugiándose contra los muros respondió “No es voluntad mía, he sido abandonado aquí por voluntad de unos bandidos que querían arrebatarme mi riqueza, y solo añoro escapar y volver a ver la luz”.  A su respuesta le siguió un silencio que le hizo dudar de su cordura, hasta que la voz impersonal volvió a resonar “Si realmente lo deseas puedo sacarte de aquí si superas mis condiciones”. Estas palabras alegraron profundamente al desamparado Hammad, que acepto sin dudarlo.  “La primera será la promesa de que se te impide buscar venganza hacia cualquiera que consideres culpable de tus males”. Hammad insistió en que jamás buscaría tal insalubre acto. “La segunda es un pago que te impedirá volver a usar tus ojos al salir” A la que más esperanzado que asustado el hombre asintió con gusto. “La última condición será la manumisión por la cual toda hacienda sobre tu persona te será arrebatada”. Al jurar someterse a las condiciones un muro por la derecha de la esquina donde Hammad se había refugiado empezó a ceder hasta derrumbarse, dejando una diminuta entrada de luz que para Hammad supondría la libertad.  Se lanzó a escarbar exasperado en la arena, derruyendo gran parte de la sala donde se había doblegado a la aterradora voz hasta dejar atrás un lienzo de arena removida para encontrarse con el calor del sol en su piel y la oscuridad perpetua en sus ojos.

Anduvo a gatas, ciego y desnudo, gritando por auxilio y delirando sobre genios y demonios hasta que finalmente una comitiva se paró a socorrerle. Tras saciar su sed y escuchar sus delirios, vieron que a pesar de su ceguera y su demencia seguía siendo joven. Suponiendo que sería un buen trabajador le ataron las manos y se lo llevaron como esclavo a través de las dunas.

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