La joven andaba distraída por un paisaje industrial y deshumanizado.
Imaginando como anda distraída por paisajes bucólicos y bohemios. Trazando con
su paso firme la evocación en sus pies. Observando distantes seres que rehuían
sus pupilas a medida que rehuían esperanzados sus ojos para acorrálalas espontaneas
contra su dinástica notabilidad. Soñando despierta con el azar y el aceite de
motor se acumulaba en su tráquea. La asfixia le servía de consuelo al entrar
por la puerta que llevaba buscando. Subió las escaleras a pasos absolutos,
dejando atrás las incontables inapropiadas e insignificantes a la par que el
regocijo bajo sus caderas. En la puerta encontró un sendero que ascendía sin
llevar a ningún lugar claro por cual andaba distraída reprochándose viejos
hechos inexistentes. Andaba distraída por la tierra virgen deleitándose de cada
pequeña forma bajo sus pies y sobre la luz dorada que bañaba la tarde. Aterrada
y cansada de dormir se esforzó por salir por la puerta pero cada pie tomaba una
dirección diferente. Ella sabe que entre ella se encuentran las metas por las cual
los cuatralbos se rozan gimotean alardean y esputan con evanescencia. Andando distraída
sobre los mares, se le queda pequeña la tierra. Todo por la mala pata de
suspenderse entre irrealidad y el complejo de metal donde se dormían entre entre
las esquinas. Tras llegar al marco de la puerta no le esperaba otra cosa que un
desfiladero que se desvivía por cruzar pero en él que jamás llegaría a
introducirse. Arrimando un ojo podía ver el mar más triste que jamás se dignó a
cruzar una mirada con ella mas ya dudaba si se dejaba hundir, sin tierra hacia
la que nadar ni dorada la luz que se procuró para nunca más dejar de
olvidar.
La joven andaba con el descaro que sus ojos le permitían retener tras el
cristal ante las alimañas que abarrotan los mares. Preguntándose si bajo las
rocas o sobre las aperturas trasnochaba su propia divinidad. Si la despreciaria
por jamás llegar a emerger o si clavaría estacas en sus lóbulos. Sobre las
ventanas que por conquista la integraban podía reprocharle a las luces pero
siempre residiría en ella la absurda sensación de contingencia.
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