Nunca escribas que alguien tomó algo con ambas
manos. Basta con escribir las manos y a veces es suficiente una sola. La
gente en general tiene cara, no rostro. No asciende las escaleras, sube
por ellas. No penetra a las recámaras, entra en los dormitorios.
Evitarás los ventanales y sobre todo los grandes ventanales. Dicho sea
de paso, las ventanas no son de cristal, son de vidrio. Lo mismo los
vasos. No digas que alguien empezó a cantar o a vestirse si no estás
dispuesto a que termine de hacerlo. En los libros la gente empieza a
reírse o a llorar en la página 3 y da la impresión de seguir así hasta
que se muere. Sé ahorrativo: si lo que viene al galope es un jinete, no
hace falta el caballo. La inversa no se cumple. La palabra caballo viene
misteriosamente sin jinete.
Cuidado con Borges, Kafka, Proust, Joyce, Arlt,
Bernhard. Cuidado con esas prosas deslumbrantes o esos universos
demasiado intensos. Se pegan a tus palabras como lapas. Esa gente no
escribía así: era así. No creas en las máximas de los escritores. Tampoco
en éstas. Lo que cautiva de una máxima es su brevedad; es decir, lo
único que no tiene nada que ver con la verdad de una idea.
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