El bullicio de jóvenes alterados, confusos y sugestionados le
contenía de manera obscena dentro de la aglomeración. Una hectárea de pura
materia orgánica joven y embriagada por el alcohol (así se mantienen paralelos
la indignación social y la organización). Una verdadera horda de maromos con
gafas de sol bajo una noche enferma de contaminación lumínica y chorbas
encasilladas voluntariamente en un tribal festival al desprecio y a la búsqueda de la triste felicidad que las
tabaqueras prometen.
El chaval andaba sin rumbo botella en mano observando el
panorama. Conversaciones difuminadas e inconcretas, obsesión, posesión sexual,
de vez en cuando alguna chiquilla más joven que su tanga increpaba su falsa
seguridad manteniendo la mirada con todo adulto que se topase, la abundancia de
policía ejerciendo su oficio mirando amenazantes pero con pasividad y sobriedad la explanada en
busca de algún conflicto sobre el cual imponer su autoridad, culpando al alcohol
en su capada opinión propia. (No se plantea que los aristócratas que escriben
sus leyes son los mismos que venden las botellas en 3x2 en estas ocasiones) y
de vez en cuando alguna persona sombría encogida mirando al suelo luchando
contra su nivel de alcohol en sangre, náuseas y posible vergüenza o
arrepentimiento bajo la sombra de difuminados recuerdos. La conclusión es inequívoca: Este tipo de celebraciones está
enfocado tanto a nivel comercial como recreativo hacia el consumo de drogas
legales (y a nivel clandestino también ilegales).
No hay
salida aparente de la decadente escenografía más que dejarte atrapar por lo
extravagante de la situación y dejar que la carga ambiental disminuya según el crítico
juicio se va acomodando a medida que la botella va terminando su vida útil. Una
vez asimilada la situación empieza la búsqueda del grupo personal del joven
entre la indiferente continuidad de pasión y euforia apilada sobre la arena.
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