domingo, 24 de mayo de 2020

Envase vacío

A veces me pregunto el propósito de seguir llorando. De seguir afligido. El dolor es inevitable y el sufrimiento es opcional, pero a la vez siento que quiero luchar con la mediocridad. Una vez alejado de ese problema que creía que era el único causante de mi infelicidad me he encontrado con uno nuevo, trascendental y que cuestiona mi misma existencia. A veces lamento mi falta de ambición sociolaboral, pero a la vez sé que hay muchas cosas más importantes, como las relaciones humanas. No pretendo morirme de hambre. De hecho diría que tengo muy claro lo que quiero hacer en el futuro, y posibles variaciones del mismo dependiendo de mis circunstancias una vez me encuentre en ese punto. Aun así, el amor. Oh, maldito el día que decidí que no iba a ser feliz hasta que encontrara alguien a quien amar y ser correspondido. Casi lo fui no hace mucho, pero solo ha conseguido despertarme del sueño. Ahora sé todos esos sentimientos —buenos y malos— de los que me había estado privando. Y ha cambiado mi perspectiva en el mundo. Debería seguir escribiendo. Siempre se me dio bien, diría. Con la anterior, y la anterior a esa, fue mi tubo de escape, mi forma de canalizar la tristeza, la ira, la frustración, y en escasas ocasiones, la felicidad y la ilusión del quizá. Es eso último lo que más echo en falta. Y no hay flashback que me vaya a privar de conseguirlo. Es difícil mantener el tipo cuando realmente no sientes que estás bien, y que te falta algo clave para tu bienestar, pero llevo demasiado tiempo compadeciéndome. Es la hora.

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