El robot cocinero la incomodaba. No solo porque deshumanizaba la básica tarea que es cocinar, sino porque le transmitía una sensación hostil que no terminaba de poder explicar. En esos fríos ojos verdes —si es que podían llamarse ojos— no encontraba el menor atisbo de interés en lo que estaba haciendo, ni en lo que podría estar haciendo y no hacía. Nada. Completamente ajeno a él y a todo lo que no fuera cocinar. Verónica se preguntaba si había sido un cambio a mejor añadir una subrutina de cocina en su androide personal. Al menos, hacía una tarta de queso riquísima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario