La lluvia lo mantuvo en el marco de la puerta unos momentos más. No llevaba capucha. Ni paraguas. La katana le hacía más difícil el desplazarse cómodamente. Sus ropajes negros disimulaban la humedad. Las calles del barrio de Leopldstat estaban vacías. Ya nadie salía a la calle desde el incidente. Sorteaba los coches estacionados sin la menor atención a sus movimientos. Caminaba sin rumbo, guiándose por impulsos subconscientes. Hacía frío pero le daba igual. Viena siempre había sido fría y algo muerta, pero desde las bombas se convirtió en el cementerio de fría piedra que es ahora. Se detuvo y reparó en una figura que lo observaba desde una ventana, Era pequeña, y el cabello largo y lacio denotaba que se trataba de una niña. Lo saludó desde detrás de la cortina. Él mantuvo el contacto visual y dibujó una media sonrisa antes de proseguir su camino. En la esquina había una tienda de ultramarinos siendo saqueada. Lo típico, un grupo de tres. El que vigila, el que mira la caja registradora y el que busca comida que se mantenga en buen estado. El vigilante le dedicó una mirada de pocos amigos, y se puso la mano en la espalda.
—Tranquilo. Está bien.
El vigilante seguía tenso. El nómada sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su gabardina negra.
—¿Tienes fuego?
El vigilante se relajó. Entonces se sacó la mano de la cintura y de su bolsillo derecho sacó un reluciente mechero de metal. El nómada se acercó a él y le ofreció un cigarrillo. Mientras el vigilante lo encendía, el espadachín observó que dentro había una mujer y un niño. Éste entendió y prosiguió su camino. Estaba empezando a amainar, pero el cielo seguía encapotado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario