Cerca y lejos pero nunca allí. Perder el tiempo se ha vuelto casi una adicción. Ese dolor de amores que te hace sentir tan vivo y a la vez tan muerto. A veces me pregunto si solamente soy yo el que hace que no suceda nunca nada o hay realmente una fuerza mayor que se mofa de mi desde la distancia. Es esa incertidumbre, sumada a la aparición constante de una némesis en todas y cada una de las experiencias lo que me ha hecho paranoico; suspicaz. Y aun así, siempre consigue sorprenderme.
Ser feliz es una odisea en el siglo XXI.